5 En aquellos tiempos no habrá paz para los hombres, sino grandes
terrores sobre todos los habitantes de los países.
6 Chocarán pueblo contra pueblo y ciudad contra ciudad, porque Dios
los conturbará con toda suerte de aflicciones.
7 ¡Vosotros, pues, esforzaos, y que no se debiliten vuestras manos!
Porque vuestras obras tendrán recompensa.”
8 Al oír Asá estas palabras y esta profecía cobró ánimo e hizo
desaparecer los monstruos abominables de todo el país de Judá y Benjamín
y de las ciudades que había conquistado en la montaña de Efraím, y
restauró el altar de Yahveh, que estaba ante el vestíbulo de Yahveh.
9 Congregó a todo Judá y Benjamín, y a los de Efraím, Manasés y
Simeón que habitaban entre ellos; pues se habían pasado a él muchos de los
israelitas, viendo que Yahveh su Dios estaba con él.
10 Se reunieron en Jerusalén en el mes tercero del año quince del
reinado de Asá.
11 Aquel día ofrecieron a Yahveh sacrificios del botín que habían
traído: setecientos bueyes y 7.000 ovejas.
12 Y se obligaron con un pacto a buscar a Yahveh, el Dios de sus
padres, con todo su corazón y con toda su alma;
13 y que todo aquel que no buscase a Yahveh, el Dios de Israel,
moriría, desde el pequeño hasta el grande, hombre o mujer.
14 Juraron, pues, a Yahveh en alta voz, con gritos de júbilo y al son de
las trompetas y cuernos.
15 Y todo Judá se alegró con motivo del juramento, porque de todo
corazón había prestado el juramento, y con plena voluntad había buscado a
Yahveh. Por eso él se dejó hallar de ellos; y le dio paz por todas partes.
16 El rey Asá llegó a quitar a Maaká, su madre, el título de Gran
Dama, porque había hecho un Horror para Aserá. Asá abatió este Horror, lo
hizo pedazos y lo quemó en el torrente Cedrón.
17 Pero no desaparecieron los altos de en medio de Israel, aun cuando
el corazón de Asá fue perfecto todos sus días.
18 Llevó a la Casa de Dios las ofrendas consagradas por su padre y
sus propias ofrendas: plata, oro y utensilios.